Según la leyenda, Orión moría de amor por Mérope, pero su padre, celoso de su destreza en la caza, le arrancó los ojos y lo condenó a errar por el mundo. Tuvo el infortunio de ser picado por un escorpión y murió. Sin embargo, los dioses del Olimpo se apiadaron de él y le dieron la vida eterna en el cielo.
Mérope,
alejados, escorpiones mortíferos
se abastecen de vidas efímeras,
avasallan matando lobos heridos,
viven atados a terrenales almas.
Mérope,
vuelve y recubre los ojos cegados
y yo, Atlante, cazaré mil estrellas.
Magestuoso, trazaré los caminos
eternos que cubren las aguas saladas.
Mérope,
Agiganto los perpetuos momentos
castigando las injusticias marinas
y abrazo la voz que clama lamentos
Mérope,
Tensado, mi arco solloza las flechas
lanzadas sobre los silencios sellados
cuando recitan las palabras calladas