
Érase una vez un instante de una vida que nunca ocurrió en un lugar dónde todo es posible cuando las musas aparecen de noche.
Eros se balanceaba en el borde de la rama esperando con cierta parsimonia su presa. El día era propicio para el encantamiento ya que los querubines, tras las nubes, estaban preparados para componer una deliciosa melodía de ensueño.
El galope no se hizo esperar y Eros se puso tenso, no le podía fallar a su madre. Furiosa con el centauro tras su negación al idilio, mantenía su enfado con los demás dioses y la situación era insostenible en el Olimpo.
Cremontes, orgulloso como un hombre y fiero como un corcel se acercó jubiloso pues en su lomo la bella Lídenes se mantenía firme y esbelta.
Fue entonces cuando tensó su arco, apuntó y lanzó la flecha de la discordia. Mas un leve soplo de viento en su oreja le hizo tambalearse y desviar el proyectil hacia la derecha.
Petrificado, miró donde cayó la flecha que, al relucir, mostró la diana equivocada. Horrorizado vio como el cíclope se quejaba del dolor amoroso que le estaba invadiendo.
“Que difícil es ser hombre, pero donde quedará ahora mi divinidad”, suspiró al oír el lamento de su madre:
-“Ayyyy Eros ¿Qué has hechoooooo?