martes, mayo 16, 2006

el maniqui


Ausente de almas, la oficina dormitaba impaciente.Deseaba abrir sus puertas al mundo, renacer cada día era su sueño.Las sillas, ansiosas de posaderas, miraban las paredes impolutas.El teléfono, anhelando las voces de seres desconocidos, pensaba en un futuro enloquecedor. A su lado, folios blancos, preparados para ser leídos por ojos interesados en vivir noticias cotidianas, se apelotonaban y empujaban unos a otros.Sin embargo, los focos apagados, mostraban la quietud, la desidia del momento. Crueles, se oponían a alumbrar la estancia y comunicar a los demás que llegaba el comienzo.Yo, me camuflé entre el mobiliario. Estatua estática, comencé a respirar lentamente y gozar del silencio.Silencio interrumpido por los cantos de pájaros a lo lejos, silencio muerto por los murmullos de transeúntes que miraban al pasar.La somnolencia se adueñó de mi cuerpo y mi mente decidió cerrar los ojos durante un segundo. Pero el sobresalto provocado por la inseguridad de existir me hicieron reaccionar.La impaciencia de la oficina se apoderó de mi, poco a poco, ante el desespero no deseado, ante la espera deseada, decidí mover las piernas. Me levanté despacio, procurando no romper el silencio. Pero mi cuerpo flaqueó y volví a la posición de letargo.Soy un maniquí sin vida que escribe el momento vivido por otros. Soy un maniquí que espera.

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